Probablemente el lector habrá llegado a este texto gracias a alguna recomendación o algún link en alguna red social. A tenor de los datos que me suministra este blog, lo más probable es que haya accedido al texto vía Facebook o Twitter. Nada extraño en este comportamiento!. En cada segundo se comparte una cantidad tal de información en esas redes sociales, que para ordenarla y para maximizar ese flujo, las grandes corporaciones que están detrás de estas redes componen y aplican un algoritmo informático. En definitiva lo que esos grandes agregadores como Facebook o Twitter quieren es que la gente comparta contenidos, reaccione a los mismos y permanezca conectados en la red. ¿Cómo hacerlo? Muy sencillo: aportando al miembro de la red social la información que exactamente espera obtener. Y eso es lo que hace el algoritmo famoso.
Pues bien, en Facebook acaba de suceder un terremoto, poco visible para sus más de 2.000 millones de usuarios, pero con consecuencias todavía impredecibles para los generadores de contenidos, particularmente los medios digitales. En un día como el 29 de junio, día de San Pedro, Facebook ha decidido cambiar su algoritmo de manera que priorizará la información que compartan amigos y familiares (en detrimento de, por ejemplo, los perfiles de marcas, instituciones y medios de comunicación). Es como si San Pedro se hubiera escondido una de sus llaves en la taleguilla y hubiese puesto más difícil el acceso a los cielos.
Esta decisión puede arrastrar un descenso en el tráfico de multitud de sitios de internet que dependen del flujo de visitas que les llega desde Facebook. Especialmente doloroso puede ser para periódicos digitales, donde el descenso de un 1, 2 o 10% de visitas se puede traducir en un descenso de la publicidad y en un reordenamiento de los contenidos. Cuando menos!
Y parece que la argumentación que dan desde Facebook es muy sencilla: dar a los usuarios exactamente lo que los usuarios quieren. Decía Adam Mosseri, vicepresidente de gestión de contenidos de Facebook: “el objetivo de nuestro muro es mostrar a la gente las historias más relevantes para ellos”.
Un problema sin resolver
Los medios impresos, la edición de libros y discos, todas aquellas industrias culturales fundamentadas en la reproducción de contenidos en soportes distribuibles en el mercado, se quejaban hace no tanto tiempo de la problemática de la distribución. Era fácil editar e imprimir una revista, lo difícil era venderla en los quioscos ya que había que pelearse por el poco espacio visible a los posibles compradores. Y lo mismo los discos y los libros: había que garantizarse no solo estar presente en la tienda, sino disponer de estanterías enteras para conseguir así vender más. El éxito de un producto dependía mucho de unas distribuidoras que a su vez se habían ido agregando para controlar una parte cada vez más grande del mercado, o del pastel, si se quiere ver así. Un ejemplo clásico de las economías de escala.
Y sin embargo, años puestos de por tierra de aquellos tiempos analógicos y estos otros nuevos llamados digitales, parece que el problema es el mismo: nuestros mimados contenidos dependen de los nuevos distribuidores, de tan solo unos pocos agregadores de contenidos en internet. Y para colmo, y así comprenderán mejor la dimensión de la paradoja, esos grandes agregadores cambian una fórmula matemática en algún rincón de California y cambian de un plumazo la distribución de renta de miles de personas alrededor del globo.
Las lecturas de este hecho pueden ser muchas, desde industriales o tecnológicas hasta geopolíticas o psico-sociales. Pero las consecuencias son siempre las mismas. Como sucedía en la economía analógica, lo que se produce es un empobrecimiento de la diversidad. La tiranía del like es un capricho de envergadura casi imperial. Con nuestro dedo hacia arriba o hacia abajo, cuando marcamos una noticia, no solo expresamos nuestros gustos o fobias, sino que condenamos sin quererlo a la oscuridad del desván digital a infinitos contenidos que dejan de ser visibles. Ahora, tras este cambio, todavía de manera más evidente.
Mientras tanto, seguiremos en nuestra celebración de la vida, seguiremos dando likes y poniendo comentarios a las fotos de nuestros amigos. Haremos que nuestro mundo, o al menos el que se genera a partir de Facebook, sea cada vez más un entorno hermoso y perfecto, un “Pleasantville” lleno de amigos y familiares, de gatitos y fotos anodinas con significado especial. A nosotros lo único que nos importa es estar y sentirnos bien con los otros, con los más allegados. El problema, ese viejo problema de la distribución de la información y de la cultura, seguirá aplazado y sin resolver. Y no hablemos de los medios de comunicación nuevos, esos que respiraban aliviados porque no tenían que poner la rotativa a funcionar cada madrugada sino tan solo garantizar las nóminas y los cheques de las becarias. Esos medios, acaban de sentir un terremoto de magnitud 7 u 8 bajo sus pies.
Tantas alforjas para este camino, dirían mis analógicos abuelos.