
La peor consecuencia de la melancolía es que, por mucho que se advierta, es difícil escapar de ella. Es como una depresión profunda, narcótica y complaciente. No vamos a insistir más en este tema sobre el que ya hemos escrito, pero sí vamos a abordar otra perspectiva que es consecuencia de la melancolía: la inacción.
Vivimos unos tiempos de grandes y acelerados cambios. Unos tiempos vertiginosos en los que es difícil escapar a esa sensación melancólica de que nuestro confortable mundo de las últimas décadas puede que se esté viniendo abajo. Basta mirar a los acontecimientos políticos, económicos y sociales de los últimos tiempos para llegar fácilmente en esa conclusión. Sin embargo, como siempre, todo es cuestión de perspectiva. No sólo hay algo que se viene abajo, sino que también hay algo que está emergiendo, con la suficiente fuerza como para reemplazar a lo que sucumbe. Por supuesto, también y sobre todo en cultura.
Puede que, bajo esa sensación melancólica de pérdida, estemos dejando escapar también la ocasión de tomar decisiones que nos permitan estructurar lo que podría ser la base de la sostenibilidad y prosperidad de la futura cultura. La inacción, la obsesión por restituir los valores y los activos dañados, puede que nos estén desviando de un objetivo quizá estratégicamente más práctico: actuar par fortalecer los valores y construir los activos futuros.
La cuestión, obviamente, es establecer el criterio correcto para dirimir entre ambos mundos, el pasado y el futuro, ya que no siempre es fácil distinguirlos, mucho menos culturalmente, donde aún con más naturalidad se entremezclan. Sin embargo, y sin que sirva como único criterio, proponemos aquí un análisis que nos ayude en esa tarea.
Si alzamos la mirada temporal hacia atrás, podemos ver como la crisis de los años pasados ha dejado una profunda huella en el ámbito de la cultura. Pero la crisis pasada no era una crisis cualquiera, sino que tenía una doble cara: económica y tecnológica.
Las consecuencias económicas son conocidas: evaporación de ingentes recursos públicos destinados a la cultura y caída (y cambio) del gasto de los hogares en consumo cultural. Unas consecuencias que han dibujado al final de la crisis una estructura económica del sector cultural muy diferente a la estructura con la que entró en la misma.
Las consecuencias tecnológicas, aún siendo también evidentes, quizá han sido menos discutidas por la opinión pública. Éstas tienen que ver con el cambio de paradigma analógico al digital, el desarrollo de las tecnologías de la información y la aparición de un conjunto de nuevos hábitos sociales y consumos culturales.
Y, sin embargo, pese a las profundas fracturas que esta doble crisis dejó en la cultura, separando un posible mundo del pasado de otro que pudiera ser del futuro, no se puede deducir que los sectores culturales se hayan estancado. Más bien al contrario, los sectores económicos y sociales vinculados a la cultura no dejan de avanzar y de lanzar nuevos retos.
Uno de ellos es el de alcanzar una nueva definición conceptual sobre lo que es y no es cultura habida cuentas de los cambios acontecidos. Y en ello parece que estamos inmersos: ¿es el videojuego, el periodismo, el diseño, la moda, etc… cultura? Y la respuesta, dependiendo del interlocutor y del contexto, todavía no goza del suficiente consenso. Aunque en algunos ámbitos parece que ya han superado ese debat. Por ejemplo, la Comisión Europea y una gran parte de la Academia, recicla el viejo concepto de Industrias Culturales para proponer un concepto más inclusivo y operativo como es el de las Industrias Culturales y Creativas (ICCs). Bajo este epígrafe se acogen no sólo los tradicionales sectores culturales, sino que se amplía también a una pléyade de sectores basados en la creatividad: diseño, turismo, periodismo, videojuego, etc…
Todo parece indicar que por ahí van los tiros, al menos a escala internacional. Las ICCs viene a configurarse como el sector económico de todo aquello que tiene que ver con la cultura, la creatividad y la información. Un continente amplio pero que poco a poco va constituyendo el entorno conceptual en el que operar.
En ese sentido, resulta llamativo, a modo de ejemplo, que la última conferencia anual de la que, con probabilidad, es la organización europea más influyente a nivel de lobbing, Culture Action Europe, fuera dedicada al análisis entre “artes, ciencias y tecnologías en las sociedades codificadas” y llevaba como título el muy gráfico “ctrl+shift HUMAN”. Toda una declaración de intenciones. O, también a modo de ejemplo, el manifiestoque la industria del libro publicó en la pasada Feria de Frankfurt en apoyo a la innovación en los sectores culturales y creativos europeos. Por no hablar de la enorme participación que ha suscitado la actual propuesta de modificación del marco regulatorio de los derechos de autor en Europa. Todos estos ejemplos son signos de que el debate, al menos a escala europea, está en un modelo económico y tecnológico que ya es global.
Por eso, no debemos sucumbir a la melancolía y paralizar nuestros debates y nuestras agendas culturales con temas del pasado y empezar a sintonizar con esos aires de renovación que nos vienen de nuestros entornos europeos más cercanos. Sin duda, caben todavía muchos debates subsidiarios del económico-tecnológico europeo, como puedan ser, por ejemplo, los enfoques culturales de la participación, la educación o la integración. Y también queda mucho camino por hacer para mejorar no sólo las políticas, sino el propio tejido cultural. Por eso, muchos son y todavía muchas van a ser las ocasiones en las que nuestros debates internos giren alrededor de cuestiones recurrentes. Pero podemos malgastar esas ocasiones para intentar resolver cuestiones que arrastramos del pasado, o bien aprovechar la oportunidad para abordar cuestiones futuras y ser útiles así no solo a generaciones presentes, sino también a las futuras. No lo olvidemos, el mundo de mañana lo estamos diseñando hoy. Incluso más allá de lo obvio.