
“Lo que es aquí, como ves, hace falta correr todo cuanto una pueda para permanecer en el mismo sitio. Si se quiere llegar a otra parte hay que correr por lo menos dos veces más rápido”. (La reina roja a Alicia, en A través del espejo, de Lewis Carroll)
Tengo la sospecha, y no creo que sea solo mía, de que permanecemos en el mismo sitio. Y sin embargo hemos corrido mucho. ¡Y tanto que hemos corrido! Se pueden decir muchas cosas de estos últimos diez años, y no digamos de los últimos veinte, pero desde luego lo que no se puede decir es que hayan sido tranquilos. Aprendimos a ser ricos, luego a perder lo ganado y, al final, a adaptarnos a lo que hemos conservado. Pero aunque parezca otra cosa, no hablo de la vida, hablo de la cultura, del sector de la cultura, para ser preciso.
Ahora que estamos instalados, de nuevo, en unos tranquilizadores años de bonanza, algo de optimismo parece rebrotar de entre todos los trabajadores, estructuras e instituciones que conformamos el sector cultural. Matizo eso de “algo de optimismo” porque tampoco se puede hablar de algarabía, al menos no como la que sí que hubo en nuestra época de ricos. Ahora es tiempo, para algunos, de restañar heridas, cicatrices, pérdidas y amputaciones… tras esos años duros de la crisis. Y también es tiempo, para otros, de imaginar, de crear, de abrazar lo nuevo… Y entre esas tensiones el sector cultural quiere avanzar, esforzarse, apasionarse, empujar, apostar, etc, como siempre ha hecho. Un ímpetu que con frecuencia también va acompañado de otros fenómenos contrapuestos: el apalancamiento, la precarización, el entristecimiento… Lo que a veces genera la sensación de correr mucho para, al final y a la postre, llegar al mismo punto.
Por estas razones de moderado optimismo, en estos últimos tiempos han vuelto a proliferar los debates sobre cultura, algunos de ellos incluso abiertos al gran público. Hemos vuelto a recuperar la buena costumbre de debatir entre nosotros y de reflexionar en voz alta. Aunque el sector de la cultura no funciona como una disciplina científica que utiliza los congresos para hacer avanzar y consolidar el conocimiento, sí que se puede decir que estos foros y debates ayudan a catalizar los temas del momento. Y esos temas actuales, a juzgar por nuestros debates, son: la educación, el trabajo social, las identidades, las minorías, la participación… en cultura. Fíjese el lector en que, de esta lista, todo concepto ha de declinarse con el consiguiente concepto “en cultura”. Pareciera entonces como si la cultura hubiese desaparecido de nuestro análisis para hablar de ella sólo a partir de muchos otros fenómenos que la nutren. Déjenme que les sugiera algunos binomios: educación artística, participación ciudadana, cultura queer, feminismo cultural, etc. De esta manera hemos ido ampliando mucho el enfoque y el campo de lo que consideramos ha de ser nuestro ámbito de trabajo, cierto es, aunque lo mismo tanto que ahora ya no sepamos muy bien a dónde mirar cuando alguien nos pregunta por la cultura.
Sin embargo, ¿necesitaríamos concentrar de nuevo la mirada y precisar mejor, una vez más, la definición y el concepto de cultura? Esta sería la cuestión en la que quizá no nos pondríamos tan fácilmente de acuerdo. Muchos pensarán, quizá refugiándose en esa apertura conseguida estos últimos años, que no es necesario, que la evolución actual ya de por si es positiva porque ha ampliado e integrado al mismo tiempo a colectivos y personas antes margindados. Sin duda es así para amplias conquistas de la mujer, por ejemplo.
Otros pensamos, sin menoscabo de lo anterior, que quizá es el momento de volver a centrarnos en lo que es cultura, es decir, en lo que sustancialmente producimos y denominamos cultura en nuestra sociedad, aquello que nos transciende y que nos identifica como colectivamente singulares. Volver a recuperar el pulso de la creación, de la estética, de la excelencia, de la emoción… aunque sea desde otro lugar diferente al conocido.
Sin embargo, y para aclarar más aún esa toma de posición, lo que desde aquí defiendo, no es una vuelta a las esencias, o un mero esencialismo cultural. Todo lo contrario. Creo y asumo como propios que muchos avances de estos últimos años han venido para quedarse (hoy participa más gente y más activamente de la creación cultural que tan solo unos años atrás). Pero esa visión felizmente abierta quizá ahora ya no nos permitiría avanzar y nos mantendría anclados a unos conceptos culturales involutivos. Lo que propongo cuando hablo de centrarnos en lo que es cultura es algo más que asumir esos cambios, por descontado, sino sobre todo buscar una mejor definición de cultura que nos permita operar en un futuro ya muy presente.
Hoy ya están ocurriendo manifestaciones o creaciones de cultura que están fuera de nuestra tradicional y convencional definición de cultura. Los nuevos medios digitales, la interconexión cultural a nivel global, la hiperculturalidad, las nuevas formas de entretenimiento, los nuevos usos de la palabra, nuevas formas de relacionarnos, de la tecnología, los nuevos productos culturales, la creación digital, etc… Todo esto son realidades que están fuera de nuestra actual y restringida mirada cultural. Lo mismo todavía hoy sean manifestaciones marginales, pero nada nos lleva a sospechar que siempre lo vayan a ser. De la misma forma que sería un error pensar que las «viejas» prácticas culturales a las que todavía hoy le otorgamos el papel de centrales siempre vayan a permanecer ahí, en el centro. Hay inercias del pasado fuertes, cierto, pero también el futuro genera inercias fuertes que hay que saber interpretar.
Mientras insistimos en buscar ampliaciones del concepto y del mundo de la cultura, algunas de ellas fruto de una coyuntura, perdemos el foco en el nervio esencial de lo que es cultura. Esta actitud, que puede interpretarse como de impronta conservadora y patrimonialista, ya que al no cuestionar lo que hacemos, sino más bien el cómo lo hacemos, blinda un tipo de cultura frente a otra y nos bloquea conceptualmente a la hora de plantear cualquier evolución. Y lo que es aún más perverso y contradictorio con esa ampliación conceptual de la que venimos hablando, puede conducir a empequeñecer (más aún si cabe) ese ámbito de la vida humana que tanto nos interesa, el de la cultura. Porque una cosa nos ha de quedar clara, las sociedades del futuro, que en parte son nuestro presente, van a crear cultura, su propia cultura, independientemente de que ésta encaje o no en nuestra acepción de cultura. Mi sugerencia es clara: hablemos ya sobre ello y busquemos la forma de hacer de esa realidad una cultura compartida y cuidada que nos sublime como sociedad. Podemos seguir lamentándonos de que ya la cultura no interesa, de que las Administraciones y los ciudadanos menosprecian las esencias del espíritu de las que muchos de nosotros seríamos los guardianes y que por eso todos nuestros esfuerzos han de ir dirigidos a conectarla con cuantos más ámbitos de la sociedad y a reparar la brecha. Pero quizá sea el momento de preguntarse por qué no interesa esa cultura. Esa cultura, subrayo.
Por esta razón no puedo evitar tener la sensación de que, pese a tanto foro de debate profesional dedicado a todas esas cuestiones aledañas a la cultura, al final volvemos al mismo sitio. A ese sitio que parece desgastado y algo ajado que es el viejo ideal de cultura. Quizá sea tiempo, como decía la Reina roja a Alicia, de correr por lo menos dos veces más rápido si se quiere llegar a otro sitio. ¿Quién asume el reto?