Entre datos anda el juego

One Flat Thing
Secuencia de One Flat Thing, de William Forsythe y Thierry de Mey.

Empecemos por un ejercicio práctico: revisen cualquier portal de búsqueda de trabajo que encuentren a su disposición, y si no se les ocurre ninguno, vayan siquiera a LinkedIn y hagan una simple búsqueda de trabajos de profesiones liberales. Se darán cuenta entonces de que, a juzgar por las ofertas, el mercado de trabajo está buscando profesionales con un grado de especialización que probablemente pocos de nosotros sabríamos describir con claridad.

Una de esas especializaciones tan buscada hoy día es el “data analyst” o “analista de datos”. El mundo se mueve de manera cada vez más loca alrededor de la generación, flujo, agregación y consecuentemente interpretación de datos. No lo duden, además de un 60% de agua, cada vez somos crecientemente datos, muchos datos.

Por eso cualquier estrategia de gestión que hoy día quiera presentarse como exitosa se basa en gran medida en un fino, innovador y adecuado análisis de datos. Y cuando decimos datos, nos referimos a todos aquellos agregados de un sector o varios que ayuden y orienten la toma de decisiones.

 

Los datos de cultura del Ministerio

Recientemente la Secretaría de Estado de Cultura y el Instituto Nacional de Artes Escénicas y Musicales han hecho públicos los datos concernientes a cultura dentro del Inventario de Operaciones Estadísticas de la Administración del Estado y del Plan Estadístico Nacional. Esos datos, ya publicados en CULTURAbase, son un agregado cuantitativo de numerosas actividades y sectores de manera que ofrecen una cierta imagen de la actividad cultural. Les resumo algunos de aquellos que el propio Ministerio ha glosado en una nota de prensa:

  • El número de compañías teatrales sube un 2,8% respecto a 2015, alcanzando las 3.743. Las compañías de danza crecen un 3,8%, hasta llegar a las 1.001.
  • El número de espacios escénicos estables aumenta de los 1.569 de 2015 a los 1.630 de 2016.
  • Las salas de conciertos también se incrementan ligeramente y alcanzan un total de 541.
  • El número de obras musicales editadas inscritas en ISMN aumenta de las 683 de 2015 a las 1.243 de 2016.

 

La lectura de esos titulares sobre los datos actualizados nos puede llevar a hacernos muchas preguntas, como seguro que le está ocurriendo ahora mismo al lector, pero, sobre todo, permítanme expresar una de ellas, quizá la más importante: ¿De qué puede servirnos, en lo sustancial, estos datos agregados para mejorar las políticas públicas dirigidas a los sectores y a los ciudadanos receptores de cultura? O, argumentado de otra manera: ¿Qué justifica que la Administración General del Estado dedique recursos a contar (y ahora hablaremos cómo) el número de compañías, salas, teatros, obras, conciertos…?

A mi juicio, este tipo de estadísticas tienen poca aplicabilidad, ni para el ámbito académico (dada su deficiente cobertura) ni para el ámbito de gestión. Unos datos así, poco filtrados y poco contrastados con otras variables, ayudan a muy poco, a no ser que se consideren como elementos de comunicación política, más conocida en nuestro entorno como “publicidad institucional”. Bien es cierto que, descendiendo a las bases estadísticas de los citados datos, todavía se les podría sacar algo de jugo, pero los errores de base siguen estando ahí presentes y condicionan su practicidad.

 

Uno de ellos tiene que ver con la cobertura. Los datos se recogen, como bien advierte el mismo informe, de manera directa y en función de la declaración de los interesados. Es decir, que, no existiendo ninguna obligatoriedad de declararlos por parte de ningún sujeto, estos datos sólo reflejan aquellos que han declarado alguno de esos rasgos estadísticos.

Otro de ellos tiene que ver con la definición de conceptos como por ejemplo “compañía de danza” o “compañía de teatro”. Unos conceptos que ni tienen una acepción académica clara, ni constan de un consenso profesional en los sectores artísticos, ni resultan operativos a efectos estadísticos por ser muy heterogéneos y con frecuencia contradictorios.

Por todo ello, la cuestión inicial sobre la utilidad de estas estadísticas debería ser objeto de reflexión en el seno de la Secretaría de Estado de Cultura. Un cuestionamiento que debe responder sobre todo a aspectos útiles, pragmáticos y de eficiencia. Si debemos destinar recursos para recopilar, agregar e interpretar datos, cosa que no debería ponerse en duda, al menos hagámoslo conforme a unas necesidades actualizadas y orientadas a la mejora de la gestión pública.

Decíamos al inicio que una parte del éxito de un proyecto, organización o institución compleja reside en la manera con la que se aborda el análisis de los datos de los entornos en los que se desenvuelven. Si la Secretaría de Estado de Cultura tiene pocas competencias de gestión y por tanto tampoco puede ambicionar un gran esfuerzo en la gestión de los datos sectoriales, al menos sí que podría plantearse la posibilidad de convertirse en una fuente útil, actual y rigurosa de datos que otras Administraciones Públicas u otros agentes culturales puedan utilizar para mejorar el desempeño de sus funciones. Esa puede ser una nueva función que responda con más lógica a sus pre-rogativas competenciales. Lo que sí queda claro es que datos como los presentados recientemente sirven para poco, ni tan siquiera para una buena publicidad institucional.

¿Nos ponemos en ello?

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