A todo el mundo le gusta hablar de cultura. Todo el mundo tiene una opinión, una teoría, unas proyecciones, una lectura política, alguna idea que le ayude a fijar una posición sobre este tema. Pero poco debatimos sobre la calidad, las bases y las reglas que nos dotamos en ese debate público. Analizar algunos de los términos que interfieren en ese debate podría ayudarnos a mejorarlo. Aquí mi discreta contribución.
Recientemente he dedicado algún tiempo a leer algunos estudios publicados sobre cultura. Algunos porque son de rabiosa actualidad como el recientemente publicado Indicator Framework on Culture and Democracy, de la European Cultural Foundation, o el publicado por la UNESCO sobre Culture Urban Future, y como el saber no ocupa lugar y el tiempo, cuando se tiene, ha de ser aprovechado, me he lanzado a leer algunos otros documentos antiguos que tenía en la carpeta del escritorio “Por leer”, como el Análisis de la situación de las artes escénicas en España que hace Jaume Colomer para la Academia de las Artes Escénicas de España o el algo más “académico” Diagnóstico de la crisis de la cultura en España: del recorte público a la crisis sistémica que firman los profesores Juan Antonio Rubio-Aróstegui y Joaquim Riu-Ulldemolins.
Después de estas confesiones el lector entenderá que el autor de este artículo es uno de esos raros especialistas que lee cosas tan especializadas del mundo de la cultura que de preguntarle por el tema corre el riesgo de morir de sopor. Y no le faltaría razón al lector para temer eso. Decía más arriba que la cultura no interesa a nadie,… salvo a los especialistas, claro está.
Permítanme otra confesión de especialista para ver si así puedo seducirles y conseguir así mantenerles atraídos por el tema: en el fondo, ni a los especialistas nos interesan estos estudios que apenas leemos. Y desvelo algo más sobre las razones de ese desinterés: tenemos un sistema de investigación y análisis, divulgación y de debate público sobre cultura que no nos es útil para la profesión, y me atrevo a decir que no mucho más para la academia. De ahí que pocas veces concluyamos la lectura de semejantes artículos.
El nivel académico de datos y análisis.
El primer rasgo de los estudios españoles es la perniciosa relación entre los producidos en/por/para la academia, es decir, las universidades españolas, respecto de los producidos desde/para/con el propio sector cultural. Ambos dicen que se retroalimentan y que se inspiran mutuamente. Dicho de otra manera, los profesionales de la cultura cuando necesitan un estudio recurren siempre a los profesores universitarios para su elaboración, pero la Universidad, cuando necesita datos de la cultura pocas veces lleva a cabo costosos estudios propios y comúnmente tira de los datos y estadísticas oficiales para fundamentar su análisis. Hasta aquí algo muy comprensible. Ni la universidad tiene los recursos para elaborar sus propios estudios, datos y bases estadísticas, ni a los profesionales se les ocurren mejores especialistas que los profesores universitarios para elaborar los encargos que necesiten.
Sin embargo, en ese círculo se adivina algo pernicioso: todo el sistema se fundamenta en unas estandarizadas bases de datos y estadísticas oficiales[1]. Éstas son las que nutren los análisis de la Academia y, por extensión, las interpretaciones del sector. ¿Quiere esto decir que las bases de datos y las estadísticas son incorrectas? No, en ningún momento quisiera que el lector hiciese esa interpretación, pero sí que son versiones parciales, datos agregados útiles para quien los encarga (la Administración de turno), esencialmente estadísticos (cuantitativos) y difíciles de modificar para futuras recogidas de datos. Lo problemático es que nos falten muchas otras bases de datos fiables y no institucionales. Sin ese necesario contraste entre los datos “oficiales” y los propios, obtenidos para el estudio en cuestión, es difícil que un estudio académico pueda obtener una base científica creíble y solvente. Y piensen que de esta base estructural saldrán otros análisis, estudios e interpretaciones.
Pero prosigamos con la radiografía porque en el panorama nacional también encontramos otras fuentes de datos y estudios, no académicos, que se fundamentan sobre metodologías propias, algunas más aceptables aunque parciales al basarse en recogida de datos de la entidad, como el Anuario de la SGAE o los informes del Gremio de Editores de España, y otros de muy dudosa credibilidad científica aunque sí con un buscado gancho mediático y comercial como los informes del Observatorio de la Cultura de la Fundación Contemporánea (de La Fábrica).
Y otro género, síntesis de los dos mundos, el académico y el sectorial, son los diagnósticos generales de la cultura, y destaco el Informe sobre el estado de la cultura en España de la Fundación Alternativas y el Pacto por la Cultura que elabora la Federación Estatal de Gestores Culturales (en elaboración un posible nuevo pacto para el 2017).
Hasta aquí hemos recorrido el nivel académico de recogida de datos y de análisis y divulgación sobre cultura. Es un sistema de información impenetrable para la población no especializada y que, como confesaba más arriba, muchas veces nos resulta poco útil para los mismos profesionales. Es un sistema que se autoreproduce en si mismo, con un fuerte sesgo generacional (pocos con edades inferiores a cuarenta años intervienen en él) y con un grado de permeabilización con la profesión bastante escaso.
La divulgación cultural
Por otra parte, en la conformación del debate público de cultura, también hay que tener en cuenta la salida misma del propio sistema: la divulgación cultural. Aunque al hablar de divulgación cultural necesitamos hacer la diferenciación entre divulgación de lo que se produce en el ámbito cultural, desde la crítica artística a las y divulgación de pensamiento sobre cultura, en lo que vendría a ser un amplio campo entre la crítica cultural y la política cultural. Del primer ámbito divulgativo no pretendo ocuparme pues sería hablar del periodismo, de blogs y de medios de comunicación contemporáneos. Me interesa más en este artículo centrarme en el segundo ámbito en la medida que éste interfiere directamente en cómo ordenamos nuestro debate público sobre cómo hacemos cultura.
Un rasgo significativo sobre esta última divulgación cultural es la predominancia, un tanto abusiva, de la etiqueta “política cultural”. Tanto en medios, como en blogs o redes sociales, se tiende a etiquetar como política cultural todo aquello que no hable sobre productos culturales; desde la elección de un nuevo presidente de la Academia de cine hasta las declaraciones de Nacho Duato en Berlín. Y en medio, todo lo demás. Sin embargo, no toda divulgación cultural que no sea de productos culturales debe ser etiquetada como política cultural. De ahí que términos como crítica cultural, al contener el formato de una expresión razonada de una opinión, nos puedan ser más operativos y manejables.
En este nivel divulgativo, lo que nos sorprende es que el ámbito de la divulgación de políticas culturales sea esencialmente dominado por los medios de comunicación, particularmente la prensa escrita digital, y que la crítica cultural resida más bien en el fértil mundo de los blogs. Un mundo contradictorio ya que los medios de comunicación no son el mejor medio para articular el debate sobre políticas culturales, ni los blogs, plagados de crítica cultural ayudan a que la crítica trascienda, ayude y mejore la cultura que critica. Y cuando afirmo que los medios de comunicación no son los mejores medios para debatir sobre política cultural es por su tendencia a tensionar los debates y politizarlos hasta la polarización excluyendo los matices, la gestión y el debate de especialistas. De igual manera que cuando expongo que la crítica cultural expuesta en blogs, puede quedar aislada, atomizada y minusvalorada en el conjunto del debate público es por el reducido alcance de los mismos. ¿Quién con un poco de interés no tiene un blog en el que escribir sobre lo que quiera? ¿Pero quiere eso decir que alguien lo lea?
La emergencia de las redes sociales en internet ha permitido romper muchas barreras en la circulación de la información y en la divulgación de contenidos como los anteriormente descritos. Aún así, y entrando ya en la ordenación del debate público, las redes sociales contribuyen a alinear en un formato binario a los opinantes: o a favor o en contra de tal opinión o de tal artículo sobre política cultural. Lógica que, por otra parte, ya han entendido muy bien los nuevos medios de comunicación (los digitales) buscando así su nicho de lectores y respectiva cuota de rentabilidad.
Y pese a todo, ¿cómo es que no conseguimos elevar el nivel de nuestros debates? ¿Qué falla en las cadenas divulgativas que impide que el debate no prenda más allá de interesados y polemistas profesionales? Siguiendo mi criterio, lo que falta es cubrir los huecos y hacer lo que no hacemos. Parece una verdad de Perogrullo, pero tiene su sentido.
Cubrir los huecos significa ocupar esos espacios que ahora no ocupa nadie. Hay disciplinas que hasta hace poco tenían también estos problemas de divulgación que hemos descrito, o entre el tedio y rigidez académico, o entre la opinión gratuita y ensalzada. ¿No habría un formato intermedio que informe con rigor, entretenga y ayude a formar opinión? En ciencia política espacios como Politikon, Piedras de Papel o Agenda Pública consiguieron ocupar felizmente ese espacio donde ahora ellos publican artículos con rigor académico pero con la flexibilidad que requiere la actualidad, el debate y el contraste continuo de ideas. Lo mismo Naukas en la divulgación científica. O Sintetia en la divulgación económica. Tan solo se trata de mezclar lo mejor de los dos mundos, algo que todavía no hemos hecho en cultura.
Hacer lo que no hacemos implica inventiva y compromiso, sobre todo en el nivel más académico. Cambiar las metodologías, generar datos propios de contraste, implicar más a los profesionales con capacidad de interlocución académica en los departamentos de investigación, arriesgar en el diseño de los estudios estadísticos con preguntas que nos ayuden a explicar procesos sociales, confiar más en otras disciplinas científicas (sociología, economía, empresa…) a la hora de analizar el hecho cultural, crear centros de estudios públicos que se conviertan en verdaderos think tanks de las políticas públicas, y así un largo etcétera.
Pero, sobre todo, el ingrediente secreto (me temo) de la receta: hacer propuestas innovadoras sobre cultura en términos de servicio público, y sugerentes y prácticas desde la iniciativa privada. Adoptando un tono propositivo y debatiendo opciones de futuro en público conseguiríamos no solo mejorar nuestros propios debates, sino contagiar otros debates de la agenda pública. ¿Qué generación, profesionalmente hablando, hará este cambio?
Aunque en realidad escribo estas líneas sin estar muy convencido de que interesen a mucha gente. He aquí mi propia paradoja, mi círculo cerrado en el que siempre concluyo: la cultura, ese objeto de análisis imposible.
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[1] Que en general son tres fuentes fundamentales a nivel estatal, compiladas y publicadas por la Secretaría de Estado de Cultura: El anuario de estadísticas culturales, La cuenta satélite de cultura y la Encuesta de hábitos y prácticas culturales. Luego están algunas estadísticas autonómicas (donde las hacen) y locales.
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