Permítanme que les lance una obviedad que pueden interpretar, si quieren, como una provocación: el mundo es imperfecto y la política es dura y aburrida. O lo que es lo mismo, venimos a este mundo a mejorarlo y, conseguirlo, no es nada fácil. Parece que el ser humano está condenado -el viejo mito de Prometeo- a mejorar su existencia en una lucha con el medio y por los medios. Eso es lo que denominamos civilización. Un proceso, el civilizatorio, que ha conducido al ser humano, en su globalidad a cuotas de bienestar y de calidad de vida inéditas en nuestra crónica como especie. Un mundo que en su globalidad y pese a las muchas problemáticas que le acechan, es el mejor que nuestros antepasados hubiesen imaginado. Una imperfecta utopía.
Esta sensación de “tarea cumplida” que subyace en la crisis del pensamiento utópico sobre la que alertaba Olivia Muñoz-Rojas en páginas de El País es la que le lleva a lanzar la pregunta: ¿Significa eso que estamos ya en el mejor de los mundos y no es posible imaginar uno mejor?. Aunque sólo hagamos un uso interesado del optimismo histórico, la respuesta es no. En ese caso, ¿por dónde regenerar el pensamiento utópico que ha movido los ideales del ser humano?
Hay algo de ideal siempre perseguible, de continuo intangible, en todo pensamiento utópico. De esta manera a lo largo de la Historia siempre se ha podido reciclar una utopía, adaptando para su definición, componentes nuevos. De eso probablemente trate la historia de la izquierda (ideológica y política): de una adaptación continua de su ideología para perseguir y alcanzar paulatinamente espacios de mayor certidumbre, bienestar y justicia.
La secuencia histórica, acelerada en los últimos siglos, en las últimas décadas, ha sido una consecución de ideas, un reciclaje continuo de proyectos que se sucedían los unos a los otros avanzando en una línea clara que algunos llamaron modernidad y otros progreso. Mantener esa línea ni ha sido fácil ni, sobre todo, inocente: el coste ha sido caro. En el camino se han producido guerras, explotaciones, injusticias, transformaciones ambientales irremisibles, etc.. Pero en la medida que se iban alcanzando hitos, también se desactivaba poco a poco el ideal político que reside en la palabra utopía. Así, conforme nos acercamos a un destino es más difícil variar la ruta, a no ser que sea para volver a atrás (riesgo que siempre existe).
Sin embargo, el aparente éxito de los ideales utopistas parece que coincide con la también aparente parálisis del pensamiento utópico, cuando menos en la esfera social, política y económica. Resulta difícil identificar una argumentación idealista que actúe conforme a los cánones de lo que anteriormente habíamos identificado en la Historia como ideales utópicos. Las otrora innovadoras izquierdas europeas han renunciado a la institucionalización y a los proyectos colectivos y se refugian en la acción a escalas reducidas. Los éxitos sociales y económicos que se han obtenido a nivel global no siempre van parejos a éxitos políticos. El componente trasformador de impulsos políticos en otras regiones del mundo se ve inmediatamente lastrado por la interdependencia económica a nivel global por ejemplo es el caso de Brasil. Y aún así, la emergencia de una acción política global, con su correlato ideológico, apenas avanza y si lo hace es en el mundo de internet, convertido en el símbolo de la interconexión humana. Ahí ha emergido un nuevo activismo crítico pero aún débil para articular un pensamiento global alternativo.
Precisamente es en ese mundo digital donde hoy día residen algunas de las articulaciones de pensamiento utópico más controvertido. La costa oeste de Estados Unidos y en particular las zonas de California donde se vienen desarrollando las nuevas tecnologías de la información, son hoy laboratorios de utopías. Teorías como la de Moore, que establece que cada vez tardamos menos tiempo en duplicar la capacidad tecnológica para tratar la información, son la base sobre las que sustentar un mundo futuro con capacidades inimaginables hoy día, o en su deriva contradictoriamente más pragmática: un mundo ideal plagado de tecnología imposible. Bastaría echar un vistazo al argumentario y a las actividades de la singular “Singularity University” para comprobar lo libre que la imaginación y la idealización es en Silicon Valley.
Hay que reconocer que los ideales tecnoutópicos de la costa americana del pacífico nos pueden parecer ilusos y lejanos de la problemática social. Pero no lo están menos, si cogemos perspectiva, que algunas ideas de la nueva izquierda europea: la puesta en marcha de huertos urbanos, la movilidad por bici o la sustitución del coche a combustión por el coche eléctrico, por ejemplo. Y sin embargo aquellas ideas californianas y sus plasmaciones tecnológicas son las que más nos han transformado nuestras sociedades en las últimas décadas. Tanto, que por cambiar están cambiando incluso el tejido económico, las correlación de fuerzas del trabajo y la distribución de la riqueza, entre otros muchos y graves asuntos.
Decía Tony Judt que “tenemos que redescubrir cómo hablamos sobre el cambio: cómo imaginar formas muy diferentes de organización, libres de la peligrosa salmodia de la “revolución”. Y esto es algo que quizá deberíamos estar haciendo en un mundo actual donde la tecnología de la información y la interconexión inmediata dibujan una nueva realidad de la que ya no hay vuelta atrás. Necesitamos pues imaginar ideales utópicos a partir de los umbrales que esa tecnología nos abre. Imaginar nuevos modelos económicos y sus correlativos sistemas sociales y políticos. Es ahí donde hallaremos la reactualización del pensamiento utópico.
Se trata, en definitiva, de un nuevo ciclo en la historia de la humanidad, parecido a alguno ya acontecido en el pasado, pero de enorme vigencia actual: incorporar alguna innovación ideológica producida en un margen de la sociedad para utilizarla con efectos globales con criterios de justicia, bienestar y seguridad. Dicho de otro modo, no se trata de avanzar acríticamente en el desarrollo del paradigma digital (como sucede ahora, salvando el mundo hacker), sino de asumirlo para transformarlo críticamente y proyectar así todo el potencial utópico que contiene.
La conciencia global, los proyectos transformadores e integradores, el equilibrio medioambiental, la igualdad, el trabajo, etc… Todos ellos son retos en los que nos encontramos bloqueados. El desarrollo capitalista actual nos limita nuestros márgenes de acción política y nuestra capacidad de regenerar el potencial utópico. Necesitamos cambiar ese paradigma económico apostando y transitando por un nuevo modelo digital, mas redistributivo e igualitario, base de una nueva economía. Ideas de cómo hacerlo ya están sobre la mesa, desde Jaron Lanier, Ted Nelson, y muchos otros. “No basta con que el estado de cosas que queremos promover sea mejor que el que le precedió; ha de mejorar lo suficiente como para que compense los males de la transición” señalaba John Maynard Keynes. He ahí el reto: no basta con seguir la línea de los acontecimientos, sino adelantarse a ellos. Nada más utópico.
David Márquez Martín de la Leona