Mercadillos

Fotos antiguas en un cajón en el mercadillo de Mauerpark (Berlin)
Fotos antiguas en un cajón del mercadillo de Mauerpark (Berlin)

Los hipster se han apropiado de ellos con tanta intensidad como en otro tiempo los modernos los denostaron, pero el caso es que los mercadillos son recorridos (in)eludibles en el paisaje urbano de nuestras ciudades. Quién no ha ido, paseado, rebuscado, aburrido o denostado un mercadillo en su vida?

El fenómeno no es nuevo sino que es de vieja humanidad, si se me permite la expresión. Todas las civilizaciones acostumbran a institucionalizar formas de mercado e intercambio. El mercadillo perdura como una de las más básicas. Es un acuerdo informal entre productores/vendedores y consumidores para ocupar un espacio público con el fin de propiciar el intercambio comercial.

Y digo que el fenómeno no es nuevo aunque algunas generaciones les parezca lo contrario. Es curioso comprobar cómo en esto de los mercadillos la globalización también ha dejado su sello: aniquila lo local y transforma e instrumentaliza lo metropolitano (lo global). Qué son de aquellos mercadillos locales de los pueblos que antaño se presentaban como “fisuras” comerciales al inamovible comercio local? Mientras los mercadillos de pueblos y ciudades pequeñas languidecen poco a poco dejando paso a los imperios de mal gusto que son las tiendas “chinas” que florecen por doquier (sí, sí, también en los pueblos), en las grandes ciudades, estos mercadillos llevan su senda poco a poco hacia la posibilidad de postularse como “patrimonios inmateriales de la UNESCO”. Camdem en Londres, Saint Ouën en Paris, Mauerpark en Berlin, el Rastro en Madrid… todos son ya hitos culturales de las ciudades en que habitan. Y los turistas lo saben, y los que hacen negocio con los turistas también, por supuesto (por qué si no la rehabilitación con dinero público de les Encants de Barcelona?).

Turistas, pero ante todo convencidos de que los mercadillos “son lo más” fluyen cada domingo, cada sábado o cada día a estos senderos de peregrinación en busca de su ganga, de su oportunidad, de su rareza, o más bien, de su pieza identitaria.

Sí, he dicho identitaria, y si me permiten les explicaré por qué.

 

Las identidades se compran, en los mercadillos también

Creemos que para huir de los mercados “formales” de las grandes corporaciones y marcas que nos formatean y nos manipulan (leyenda urbana dixit), basta con asistir a mercados oficiosos, no formales, entre los que se encuentran los mercadillos. Creemos así, contribuir materialmente al monumento de nuestra personalidad mediante elecciones más libres, menos condicionadas por el controlador y molesto gran mercado global. Escogemos así nuestras ropas de segunda mano con una cierta conciencia ecológica. Compramos algún utensilio de decoración o alguna “joya” de un artesano con el convencimiento de que la cadena de beneficios (plusvalía) sólo tiene un eslabón. Adquirimos segundas, terceras o enésimas manos, objetos de valor rebajado que parecen huir de la tiranía mefistofélica de la inflación. Y sin embargo, lo que estamos haciendo con estos gestos son profundos gestos melancólicos de afirmación o adquisición de la identidad.

Esos objetos adquiridos ayudan a reafirmar la identidad, a veces de manera fetichista, en un orden, el urbano, donde siempre hay un concurso coreografiado de personalidades e identidades. Ese objeto ayuda a identificarnos nostálgicamente con algo del pasado con el que queremos conectar. Es como si un poso de hipismo sobreviviera en estos gestos.

Por eso hipsters y actuales modernos, sean residentes o turistas, son el nervio económico de estos mercadillos “postmodernos” de las grandes urbes occidentales. El entretenimiento es jugar con tu personalidad como si de un scrabble se tratase, intentando buscar en el mercadillo los objetos que puedan alcanzar de manera más fidedigna tu definición de identidad.

Son las grandes ciudades quienes acogen estos nuevos foros nostálgicos porque son en ellas donde más se acumula gente con necesidad de construir sus identidades. Este es el verdadero fenómeno cultural de los mercadillos actuales. Ante la anonimia que siempre ofrece la gran ciudad, nada más divertido que componer tu personalidad. Nada concluye más el culto del ego que construirte un propio ego a medida, en tiempo record y completamente estético (lo de ético dejémoslo para otro texto). La variedad está servida:

  • identidad aristocrática: muebles, ajuar, cuadros, telas… puedes tener la anti-casa IKEA.
  • identidad belle-époque: gramófono, vestidos, objetos… Ya puedes ser tú mismo el Gran Gatsby.
  • Identidad 60s: objetos, objetos y más objetos… el germen del consumismo ya al alcance de tu mano.
  • Identidad militar, soviética, marina, intelectual… un largo etcétera.

 

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Fotograma de Blade Runner

Y por adquirir, puedes adquirir hasta fotos de familiares inexistentes como prueba la foto que abre este artículo. Ya sabemos que hoy día incluso la familia, por no hablar de los amigos, se pueden adquirir por medios (aún) caros. Pero lo de comprar fotos de retratos antiguos de personas, no me hace nada más que pensar en los replicantes de Blade Runner y su obsesión nostálgica por tener fotos que, ante su incapacidad de tener sentimientos, les sirviesen como coartada para simular tenerlos. El futuro, en este caso, es el pasado y ya está entre nosotros. Sólo falta ponerle la música futurista, el caos y la lluvia ácida. Espero que tarde en llegar. Mientras tanto, no se sientan mal si a ustedes lo que les gusta es comprar ropa en cualquier establecimiento de Inditex. También compran identidad.

 

David Márquez Martín de la Leona

 

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