Gerard Mortier, in memoriam.

Mortier_Ruhr

Sí Europa tuviese un panteón donde residieran simbólicamente los restos de grandes hombres y mujeres de la cultura y el pensamiento europeos, en estos momentos debería estar pensando en acoger a uno de sus más clarísimos candidatos: Gerard Mortier.

 

La prensa española se hizo eco la semana pasada de la muerte de Gerard Mortier. Obituarios, repasos a su carrera, menciones a sus polémicas… Todos reconocían la firme huella que deja en el mundo de la ópera. ¿Cómo no, si dedicó toda una vida a esta disciplina?. Sin embargo, la dimensión de la figura de Mortier sobrepasa el género operístico y se sitúa en el más vasto escenario cultural… europeo.

 

Mortier torcía el gesto cuando se le reconocía su trabajo al frente de la dirección del Festival de Salzburgo. También aceptaba a regañadientes los elogios por su trabajo en La Monnaie de Bruselas, o por el más irregular pasaje por la Ópera de Paris. Y aún encajando las críticas y los elogios por todas estas etapas profesionales, siempre argüía en su defensa: “yo de lo que estoy más orgulloso de mi carrera es del trabajo que realicé en la primera edición de la Triennale del Rhur y nadie habla, curiosamente, de ello”. Así es querido Mortier, incluso a tu muerte, poca gente revisita esos años de tu vida.

 

Estas líneas no pueden reparar el error, sino sencillamente recoger sus palabras e intentar comprender el motivo de esa satisfacción personal.

 

Desde el 2002 al 2004, durante tres años, Gerard Mortier, puso en marcha un ambicioso programa cultural en insólitos y fascinantes espacios (otrora fabriles) de la cuenca del Ruhr. Cansado de la dinámica del Festival de Salzburgo, donde supo reconcentrar las elecciones artísticas en lo artístico sustrayéndoselas a la industria musical, aterriza en la decadente región industrial alemana dispuesto a inventar y realizar un nuevo evento también, cómo no, con verdadera dimensión europea.  Esas viejas fábricas, inmensas, vestigios de un pasado industrial y moderno empezaron a acoger en su interior propuestas de toda suerte de disciplinas conformando una nueva reinvención, por elevación, del concepto de festival (a la europea[1]). Pocas, más bien ninguna, de las producciones culturales que aquí tuvieron lugar, fueron “obvias” en el sentido de Mortier; es decir, ninguna recreaba lo que se esperaba de ellas, sino que provocaban debate y reflexión desde la actualidad en el más absoluto ejercicio de radical contemporaneidad.

 

Y ese fue el gran acierto de Mortier, el de reivindicar el rol del creador cultural europeo: exigente, inquieto, impulsor, hombre de su tiempo, respetuoso y conocedor del pasado pero siempre preocupado por las tensiones del presente. Estos últimos son rasgos que nos caracterizan como europeos, como culturalmente europeos. Más allá de nuestras diferencias culturales tenemos un marcado sentido humanitarista, somos culturalmente complejos y aceptamos la complejidad.

Dejadme recordar, por citar algunos otros nombres, otras figuras que resumen ese espíritu europeo: Jean Vilar creando el Festival d’Avignon; O Walter Gropius, fundando la Bauhaus; o Pierre Boulez y su persistente trabajo en la creación y divulgación musical del siglo XX a través del IRCAM de París; o Ana-Teressa de Keersmaeker creando el influyente centro de formación de artes escénicas y danza P.A.R.T.S.; Y muchos otros… Todos ellos supieron identificar nuevos espacios para la cultura europea, canales de una nueva creatividad, que permitiesen huir del marasmo y la parálisis, de las actitudes complacientes y decadentes a las que, en definitiva, nuestra cultura europea tiene también tendencia.

 

Por eso digo, que si hubiese que escoger personalidades para configurar nuestro singular panteón de las ideas y la cultura europeas,  acabamos de ganar (por haberlo perdido) un candidato. Es nuestra responsabilidad, como europeos, elaborar nuestra narración cultural común no sólo fijándonos en las singularidades artísticas y culturales, por mayúsculas que estas sean, sino en aquellas personas, proyectos o instituciones que en la más vieja tradición europea, se ocupan por pensar comúnmente.

 

Dice Mortier (Dramaturgias de una Pasión, Ed Akal Musica, 2010) hablando del teatro, que éste “ha sido siempre explícitamente político en el sentido de que se cuestiona la condición humana tanto en su situación existencia como en sus relaciones individuales y en su posicionamiento  en el corazón de la sociedad”. Y su vida, la de Mortier, ha girado en torno a esa reflexión, en un bello ejercicio ético y estético.

 

Gracias Gerard!

[1] Señalo “a la europea” porque en el resto del continente los festivales son mayoritariamente multidisciplinares, por oposición a los españoles, que son mayoritariamente unidisciplinares.

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